miércoles, 24 de diciembre de 2008

LA VIDA CONSAGRADA, MARCA LA VIDA

Llevaba tiempo queriendo dar mi experiencia de los años que viví en una Comunidad Religiosa, Católica de vida consagrada y en común. Cuando me hablaron de ella me dijeron que era posible que siguiese siendo yo misma; es decir, que pudiese seguir siendo psicóloga fusionándola a mi profunda vocación religiosa. Mientras viví en Perú, tanto en Lima como en Arequipa, experimenté profundamente una verdadera experiencia mística. Posteriormente, fui traslada a Madrid. Ahí todo cambió. Enamorada más que nunca de mi vocación y sin perder el don más preciado que considero he recibido: "capacidad de análisis y crítica, así como visión profunda de lo que acontece a mi alrededor"; comencé a ver la parte más mundana que se pueda instalar en una comunidad religiosa: utilizar a determinados miembros jóvenes procedentes de otros países para fines personales y abusivos con determinada jerarquía, competitividad, ambición de poder, envidia…, dejándome todo ello la sensación de estar presa y sometida bajo un régimen militar más no religioso. Para mí en Madrid, la Institución Religiosa pasó a ser sólo una empresa en dónde algunos de sus miembros, agresivos políticos, sólo cuidaban de su imagen, hechos incompatibles con la doctrina del Fundador y del mismo Evangelio; decepcionada, admití que ¡No era lo mío! Hoy con el paso del tiempo comprendo mejor aquella experiencia; no obstante, sin justificar determinados hechos que hasta hoy para mí no tienen nombre ni cabida en ninguna Institución que se diga promover la vida consagrada y el Evangelio, concluyo que las verdaderas vocaciones cuando peligran hay que cuidarla, alejarlas de lo que les desilusiona o simplemente esperar a que tengan la óptima madurez emocional más que la espiritual, para poder hacerles experimentar determinados acontecimientos. Con la decisión de mi partida, admití dos cosas: haber cedido voluntariamente mi vida la sociedad a través de la Iglesia Católica mediante un régimen de vida consagrada y en segundo lugar, siendo lo más doloroso, dejar mi familia. Dejé hermanos, ¡verdaderos hermanos!; a quienes nunca olvidaré; dejé Santos, verdaderos Santos que en la vida cotidiana pasan desapercibidos con su testimonio de vida. Desde entonces, vivo en solitario mi vocación, vivo cada día agradeciendo que despierto y llego a la noche con mi conciencia tranquila, deseando seguir conociendo Santos anónimos a quienes animar desde lo que de niña aprendí: el Evangelio; pero esta vez, adaptado a los tiempos actuales. Isabel Gómez

1 comentario:

María Isabel Gómez Castillo dijo...

Es obvio que las excepciones existen, por eso menciono que conocí "Santos", verdaderos "Santos"; muchos de ellos puede que queden en el anonimato como muchos otros que sin optar a la vida consagrada viven el día a día como si lo estuviesen. A todos ellos, más preciado respeto.
Isabel Gómez