viernes, 31 de mayo de 2013

ABSCICIA PUCCIO (MI ABUELA MATERNA), EN SU MEMORIA



En mi época de estudiante, habían tres lugares a donde iba a prepararme los exámenes: a la biblioteca para recoger el máximo de información posible y luego poder estudiarla en la playa; concretamente en La Punta (distrito de la Provincia Constitucional) del Callao.

En la Punta (estaban al finalizar toda la parte de astilleros del Callao y en la zona residencia), me pasaba horas de estudio entre toma y toma de sol excepto de agua de mar debido a mi pánico a las inmensas olas de un auténtico Océano como lo es el Pacífico con sus traidoras corrientes marinas, que, para los que no somos nadadores con rapidez nos daba o me daba un gran susto además de un buen revolcón entre sus aguas.

Otro lugar a donde me fascinaba ir a estudiar, era en los Cementerios, tanto por la serenidad que inspiraban, por su silencio, por todo el arte que en ellos se recogía así como por los cantares de diversas aves que de fondo susurraban compitiendo con las voces de niños que entre risa y risa trabajaban vendiendo flores, arreglando tumbas, alquilando escaleras o limpiando nichos, entre otros aceres.

Lo cierto es que, en uno de los lugares en los que más a gusto siempre me he sentido, ha sido en los cementerios.

Me gustaba visitar mausoleos acogedores, que llamaban la atención por su belleza arquitectónica y escultórica. Valorar en ellos el tallado a mano en mármoles diversos de una sola pieza (muchos de ellos), era una invitación para entrar en un estado de éxtasis, tras la contemplación de tanta belleza.

Ya con ese espíritu interior, comenzaba mi espacio de horas y horas de estudio para luego culminarla con un paseo turístico por los apellidos de personas cuyos nichos estaban en estado de abandono y que, de una u otra manera se habían convertido en los mis difuntos desconocidos amigos.

Entre los nichos que más me llamaban la atención y los que más visitaba, estaban todos aquellos que tenían más de cincuenta años de antigüedad y que en sus lápidas  se conservaban los apellidos Puccio (en honor a mi abuela materna a quién no puede conocer y dudo que pueda saber más de ella de lo que hasta ahora he conseguido saber)

Entre estudio, silencio y apreciación del arte,  fue como conocí la historia de un marine italiano que había sido enterrado en el Cementerio del Callao por sus amigos que poco después dejaron definitivamente el puerto para nunca más volverle a ver (tal y como explicaba en su lápida). Era un homenaje a un gran hombre y  entrañable amigo y marinero tal y como  reconocían a través las virtudes mencionadas en aquel noble y desconocido señor. Entre la despedida que su amigos decidieron dejar plasmada en su lápida constaba casi un rezo “el que siempre estarían juntos, entre el cielo y el mar para recordarlo en cada puerto en donde anclasen, pues su alma había decidido anclar en tierras chalacas en un día que hoy ya no recuerdo, del año 1890.

Hoy, tras muchos años de aquellas lindas experiencias de paz y silencio que me acompañaban en mi formación académica, un nuevo campo santo me esperaba; esta vez el de Piura, concretamente el de San Teodoro para reencontrarme con otra Puccio, pero esta vez era con mi la memoria y el alma de entrañable abuela materna (una de mis abuelas maternas).  

Ya no tuve que buscar  más Puccios en lápidas de seres desconocidos ante quienes alzaba mis oraciones por el descanso de sus almas, esta vez, lo que hacía era con más ternura y cariño que nunca ya que con gran alegría me sentí reencontrarme en pleno estado de consciencia con parte de mi historia, de mi raíz, de mi identidad.

Por fin puedo decir cómo se escribe su nombre con propiedad: Abscicia Puccio. Falleció un 9 de Noviembre de 1949, dejando 8 tiernos hijos y a un marido (de la Corte Suprema de Piura), que necesitó de una esposa para rehacer su vida que bien merecida también se la tenía (por ello, siempre digo tener dos abuelas maternas)

Dejo constancia que este hermoso regalo de visitar con plenitud de consciencia la tumba de mi abuela ha sido en compañía de uno de sus hijos: Alfonso Ricardo Castillo Puccio un 30 de Mayo del 2013, como parte de uno de los tantos milagros que este hermoso mes Mariano me está regalando.




Isabel Gómez

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