Un día, en el que tenía una necesidad irresistible de descansar de situaciones estresantes, de desconectar de una realidad personal que me consumía sin presagiar las consecuencia a mediano plazo en mi salud, el mar me otorgó el consuelo que anhelaba.
Sin saberlo, él y yo, habíamos hecho un pacto de amor: de cuidado mutuo.
Era necesario conservar la cordura, la sensatez, preservar y cuidar a futuro inmediato un estado de salud físico y mental desde la serenidad, con un estado emocional en equilibrio con el que se consigue sólo desde el silencio de la mente,
Bajo un estado de urgente silencio, el mar, una vez más me acogió. Me recibió en su inmensidad. El encuentro del cielo y la tierra se alzaron al unísono para que así, empujando con suaves soplos de viento al mar , su oleaje me arrullase hasta conseguir dormitar mi ser.
El despertar de aquel momento, la vuelta a la lucidez del espíritu y del alma, siguen hoy presentes, porque el sonido de este espacio finito en medio de lo infinito se guardaron en mi inconsciente para hacerse recuerdo una vez trascendido en el espacio y el tiempo, transformándose así en memoria, en la memoria a la que recurro para retomar la paz, la serenidad, la armonía interior.
Isabel Gómez