domingo, 4 de diciembre de 2011

A LA MEMORIA DE WILMER


Tras un pequeño descampado (entre paredes verdes),  el que cumplía diversas funciones: gallinero, espacio de juegos de niños del barrio así como campo de futbol, se abría paso un portón colgado de alambres sueltos dejando vistas hacia el interior de la quinta que se asemejaba más a un corralón que a humildes hogares.
 De él (mientras se mantenía cerrado con candado), en ocasiones asomaba un rostro pálido de piel muy blanca y fina, con grandes ojos entre verdes y azulados de mirada triste e incluso cansada; el mismo casi siempre empolvado, asomaban las huellas de lágrimas derramadas en él.  
Cuando el portón se abría, aparecía una figura frágil, delgada pero huesuda,  de extremidades largas, con pantalones cortos, otros rasgados e incluso en ocasiones con el torso al descubierto en pleno invierno e incluso descalzo, o con calzado que dejaban sus pies semi desnudos por el desgaste de los mismos, corría siempre como ave fugas a toda velocidad para patear  cualquier objeto que le simbolizase una pelota de futbol.
Su creatividad era inmensa.
Pelotas hechas con calcetines agujereados, latas de bebidas prensadas, botellas, piedras o pelotitas o pelotas de verdad, eran las justas para que él jugase con los otros niños del barrio soñando ser un gran futbolista.
En otras ocasiones, las chapas de las bebidas con gas, un palo de helado y unas pocas piedrecillas, le servían para simular tener un lindo carrito de juguete con el que se pasaba horas jugando bajo el fuerte calor  verano a la espera de que alguien le abriese la puerta para beber o comer.
Aunque era alto, era un niño, acomedido, noble, de gran corazón, casi errante entre los hogares de sus mejores amigos, intrépido, agradecido e incluso tímido. Wilmer (que así se llamaba), gustaba bajar por los peligrosos acantilados que en ese entonces en pleno mar abierto yacían bajo la Av. Costanera de Lima.
Solía bajar con amigos del barrio (unos pocos,  mayores que él).
Siempre bajaban a retar los fuertes oleajes que apenas dejaban playa para poder descalzarse o preservar sus prendas mientras  se hacían a la mar a nadar y jugar a la pelota, o flotar hasta que el mar les hacía topar entre rocas. Ello como símbolo de que la marea subía, les indicaba el momento de vuelta a casa.  
Entre los amigos se retaban. (A ver quién llega primero no sólo al terraplén de la avenida sino también al acantilado más cercano al mar), casi siempre era él.
Ágil y veloz, deseoso de desfrutar de su libertad, nunca se lo pensaba dos veces. Y aunque no hubiese orilla, él se lanzaba al mar abierto mientras el resto de amigos le contemplaban admirados de su tenacidad. Siempre salía airoso, sonriente, con sus cabellos casi rubios y mal cortados bien mojados. Subían todo el barranco para una vez más,  quedar en otra ocasión y repetir la hazaña.
Un día, bajando por el barranco hacia uno de los acantilados (retando como siempre a la naturaleza), se pusieron a tirar piedra al mar. Wilmer,  sólo una roca más abajo que el resto, de los amigos, las tiraba como pretendiendo que sus piedras traspasasen todo tipo de frontera.  De pronto… ¡Wilmer, Wilmer, Wilmer…!!!! ¿Dónde estás?, uno gritó: ¡ahí, ahí, en el mar!
Todos desconcertados,(con la mar embravecida),  no sabían si había saltado o caído. Con  su mano enlairada desplazándola de derecha a izquierda, sus amigos no sabían, si saludaba o pedía ayuda.
De pronto, una ola gigante portaba el frágil cuerpo cansado y helado (pero aún vivo) de Wilmer. Lo estrelló entre las rocas, pero los amigos no podían bajar.
Mientras iban a pedir ayuda, otra ola, lo volvió a engullir, para esta vez sí tenerlo en su seno mientras flotaba para volverlo a escupir.
Se puede decir que aquel día, aquel rincón del mar jugó y jugó,  hasta el cansancio.  
Todos conmocionados, decían: ¡pero si saludaba, saludaba, saludaba…!!! Porque era difícil comprender esta realidad. ¡Cómo el intrépido, ágil, rápido, fuerte ángel, le había podido la mar!
Fue así, como su vida de luchador, se contempló hasta el último instante. La rabia de la vida que se había ensañado con su frágil cuerpo y noble corazón, la concluyó la traidora mar.
Descansa en paz, alma bendita, compañero en un corto camino de mi vida. Que con tu rostro y mirada de ángel, a veces tímido otras veces pícaro con tu abierta sonrisa dejaste ver tu entrañable corazón. Ya nada te hará sollozar, ni esconderte de alguna bruja suelta. Disfruta de tu merecido descanso, el muchos añoran, pero han de esperar.
Isabel Gómez

1 comentario:

Ani Mendez dijo...

Hola maria isabel, que historia tan triste me acabas de hacer leer!
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