Ay…, Ciudad gris.
Cuidad del cielo que juega a esconder al Sol y a la Luna.
¡Ay!, ciudad triste.
Ciudad en la que se agrieta la esperanza por afilados cuchillos que,
cobardes surgen de voces que rompen los gemidos, con chispas rojas que aceleran
el olvido.
Ciudad por donde se escapa sin tregua el aliento de la vida. Vidas, que sin
pausa en la memoria a barrotes evaden, inconscientes de las cárceles que las
secuestran.
Cuidad de áridas tierras, como áridos los nombres de algunos hombres, que
escriben parte de sus turbias historias como los secos ríos, que de tanto en
tanto se abren camino para recordarse vivos.
Ay…, ciudad amurallada por el moho, que sin viento, la humedad te corroe y
cuyo olor de agonía me espanta hasta extremos de otras tierras, que con sus vientos
de tramontana dejo que te lleven hasta el olvido.
Ay…, ciudad de la que me escondo para que no te hagas de mí. Cuidad que aún
con abrigo te tirito entre tus húmedas estaciones, que decididas calan
indisponiendo mis vísceras, secuestrándome para ti.
Ay ciudad, ¡Quién te llevase al olvido!, Si por tu olvido de mí, te vivo.
María Puccio
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