Tus quebrantos irrumpieron en mi sueño
develándome tus temores,
tus congojas de orfandad.
Cómo, sin romper tu mudez por los que te lapidaron,
dormiste destellos.
Cómo tus sudores nocturnos
depositáronse en las fosas
de los huesos quebrantados
de tu rosal y clavel amado.
Te presentaste transformada en huracán
entre tu media sonrisa
e implacable
mirada penetrante.
Te recordaste,
sin llanto,
misteriosa en silencio,
en el sordo y mudo silencio
que,
en las garúas de julio,
cuando no era Verbena
se hacía Huarango.
Fatigada, fugaste
entre tonderos.
Volaste huérfana,
Huerequeque,
en el desierto de mi sueño.
A mi madre
María Puccio
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