Esperar
más de una década para reencontrarme con una de mis ciudades más amadas de
Perú, como lo es Arequipa ha sido una de los reencuentros con más sorpresas que
hasta ahora me he llevado en mi vida.
Su
íntegro e intenso sentido de identidad, la fecundidad de su tierra, la belleza
de la misma, la nobleza de su gente, su clima constante y saludable entre otros
muchos factores, en su día, hicieron que me enamorase de ella.
No
obstante, sus recovecos que aún conserva muy en el seno de su tierra, hacen
posible que siga teniendo en ella y en su gente el cariño de siempre y con él, la esperanza de que algún día no muy lejano,
despertarán del falso sueño de los que muchos consideran, otorga un crecimiento
urbanístico y desarrollo ficticio en toda
una fecunda ciudad, con la esperanza de que vuelvan sus ojos a sus orígenes
campesinos y especialmente, a su sentido de identidad.
Hasta
hace unos años, en ella sólo se apreciaban extensos campos de cultivos,
campiñas que a la vista se perdían en el horizonte iniciándose muchas de estas entre
pendientes inestables, estrechas y de peligrosas carreteras o caminos terrosos,
que hacían de cada tramo, una auténtica travesía de vida con los suspenses
propios de un viaje de riesgo por más corto y breve que fuese éste.
Mientras
podía atravesar sus campos de cultivo, se apreciaban lo que los pobladores le
denominaban ojos de río, es decir, agua subterránea u orígenes a nuevos puntos
de manantiales que enriquecía sus tierras y cosechas tras un seguro regadío.
Ahora, sobre éstos ojos de río, yacen urbanizaciones, que, pese a los pocos
años de construidas, ya presentan signos de humedades. ¿Qué serán de ellas y de
sus ilusos inversores.
Me
pregunto, ¿cuán serios han sido los estudios que se han realizado sobre estas extensas
ex áreas de cultivo que albergaban también acequias, ríos secos, entre otros,
antes de construirse sobre ellos?
¿Hemos
de aquí, a unas décadas, el tener que lamentar vidas, familias sin techo, hogares
en penumbras por causas de catástrofes naturales que en su día bien pudieron
evitarse.
La
expresión que guardo en mi corazón a lo largo de estos días es: ¡Qué han hecho
de ti tus hijos, Arequipa mía!
Estoy favor del progreso de las ciudades ya estaban
tugurizadas, que requerían de un orden, de un mínimo de infraestructuras y
servicios básicos para verse y hacerse organizadas.
Como
en antaño, los suburbios hoy son seguros, lo inseguro, son las zonas en donde
emergen nuevas construcciones.
Defiendo
la tierra de cultivo sea del lugar que sea, puesto que ésta, es la única que
garantizará que mañana (cuando la ceguera de la aparente abundancia haya
pasado), no sólo su pueblo, su gente, sino que muchos seres más, puedan evitar
pasar hambre, ya que la tierra fértil y cultivable, no sólo da alimento a las
personas, sino también a los animales que de ellos nos alimentamos.
Tenemos
una sociedad urbanita, aquellos que sólo vamos al campo para contemplarlo más
no para trabajarlo, la responsabilidad de crear consciencia de la importancia
del valor de la tierra y de lo digno que es este trabajo. La responsabilidad de
crear medios para que, quienes salgan a formarse del campo a la ciudad, puedan
volver con recursos técnicos e intelectuales que les permita a sus lugares de
origen crear desarrollo, crecimiento integral, procurando en todo momento el
afianzamiento de lo que es el valor añadido de tener un origen y un signo de
identidad. Que puedan volver a sus tierras para convertirlas en zonas más productivas,
autosostenibles, autogestinables, que se muevan ante los ciclos que la
naturaleza permite, favoreciendo a todos aquellos que de manera cercana e
inmediata se beneficien de ella.
Es
necesario incentivar la vuelta a los orígenes, a las tierras de cultivo, con la
tecnología necesaria y respetuosa para con el medio ambiente, sólo de esa
manera una ciudad como mi amada Arequipa, seguirá siendo próspera, segura,
tanto para sus pobladores como a todos aquellos a quienes generosamente acogen.
Deseo
mi bella Arequipa, contemplar una vez más tu campiña, tus manantiales, tus casas
de sillar, tus restaurantes con suelo de barro y mucho más tus calles de los
denominados adoquines, tus suelos blancos segadores, también hechos de sillar.
María
Isabel Gómez Castillo
Fotografías de María Isabel Gómez Castillo.
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