Llegué a
conocer y amar a San José, bajo la advocación que se le asigna, gracias al
profundo amor que experimenté a imitación de los misioneros y misioneras
Identes, a quienes don Fernando Rielo, su Padre Fundador, heredó con su ejemplo
a sus hijos e hijas, gracias a la meditación y vivencia continua del Evangelio.
Desde mi
experiencia personal, San José, es el ejemplo perfecto de la obediencia
incondicional, que responde al silencio de la mente que tiene en paz el corazón
de un hombre para asumir con responsabilidad y amor, una tarea encomendada que
lleva con sencillez pese a la trascendencia que tendría para la Humanidad.
La
coherencia que en su persona encuentro, plena de sabiduría, prudencia, una
calidad humana excepcional en caridad, compasión, sacrificio y don de entrega
silenciosa elegante así como íntegramente generosa.
Su
sencillez, que contrasta con la elegancia y buen gusto debido a su oficio, lo
convierte un excelente maestro ya no sólo para enseñar un oficio sino que, más
aún, para dejar huella de cómo se pule un alma comenzando por la suya bajo la
inspiración del Espíritu, dejándose llevar por las visiones que uno de los
Ángeles del Padre le presenta.
Serenidad,
rectitud, cordura, sigilo, prudencia, AMOR y saber AMAR como varón en su época,
deja un precedente de modelo de la calidad humana que esta y muchas sociedades
tienen pendiente rescatar para ser auténticos padres, hombres, jefes de hogar
en el ceno de sus familias.
Su
capacidad de desprendimiento, de entrega a la voluntad del Padre, su
incondicional cuidado a su familia, lejos de poseerla, presentándonos a un ser
libre que deja vivir en libertad, es lo que más me enternece de las pocas
imágenes que de su intervención que en el Evangelio se recoge.
Me llamaba
la atención que, además de llevar en brazos al Niño Jesús, sosteniendo el mundo,
con la responsabilidad que ello conlleva, además, llevase en su otra mano un
hermoso Lirio blanco, como signo de pureza, de belleza del alma, que cuando
abre sus pétalos, deja su corazón descubierto para acoger con suave caricia y
ternura (pese a ser padre adoptivo), a sus hijos (a la humanidad que también a
semejanza de él, lo desee imitar).
El Lirio
que lleva en su mano, es una flor bella a la vez de delicada, frágil. No obstante
en San José, su fragilidad como hombre está ausente, para dar pie a mostrar a
la delicadeza de su alma y belleza de su ser.
Si
ahora, don Fernando Rielo, me preguntase como lo solía hacer con sus hijos,
“¿Quieres ser santa?”, con todo lo que ya voy madurando en mi espíritu y en mi
ser, más las gracias que me concede El Padre por su intercesión, diría en el
acto, ¡Sí, quiero!, porque personajes como San José, cuyas actitudes aún pueden
seguir vigentes en nuestros tiempo y lo sigue desde la acción de muchas
personas, entre otros nuevos santos que invitan con su vida basando sus
acciones en la práctica viva del Evangelio a serlo, tal y como San José, en su
momento aceptó vivirlo, con obediencia, silencio, continua oración hecha vida y
penitencia.
Por ello,
este año, le regalo a San José, parte de mi colección de fotos que tenía
también para él reservadas, como acción de gracias por su ejemplo a su inmensa
bondad incondicional y sobre todo, ejemplo de silencio del alma, de la mente,
para vivir desde el Espíritu.
María
Isabel Gómez Castillo
Fotografías de
María Isabel Gómez Castillo