Llegada una etapa en la vida de las personas, el consolidar nuevas amistades, sobre todo duraderas, leales, que se perfilen como para lo que resta de vida, es complejo, no obstante, no es imposible.
Una
de las virtudes en el resurgir una verdadera amistad, es que ésta, se basa
inicialmente en la inocencia la que de seguida se vuelve espontáneamente una
experiencia cálida, afable, sincera, honesta tanto en las circunstancias
óptimas como de dificultades. Es una experiencia solidaria que entraña y
conlleva el cuidado del uno y del otro u otros.
Cuando
se es adulto, por las mismas experiencias a las que ha estado sujeta la
persona, esta candidez se ve difuminada ante la perspicacia, que es justo lo
contrario a lo que entraña la inocencia.
La
experiencia de crear una nueva amistad, pasa por todo un ritual.
Se
mantienen ciertas distancias mientras se va creando el clima de confianza.
Tanto uno u otro suelen observarse, aunque a veces, de manera intuitiva uno
observa más que el otro para poder encontrar sus similitudes, sus diferencias,
establecer los parámetros de distancia y reservas propias que cada quién se
conserva únicamente para sí mismo o para unos pocos elegidos, que rara vez
llegan a ser descubiertos salvo alguna situación lo evidencie.
Ante
esta experiencia, en donde la inocencia, pasa a ser un tesoro, como virtud a
recuperar, la amistad se percibe aún en un estado de instauración de un nuevo
ciclo en las relaciones sociales del ser humano.
Esta
relación puede prosperar si como mínimo una de las partes cede a ver con una
mirada limpia, transparente, inocente al o a los otros y se puede mantener
mientras las condiciones básicas se den, como es el respeto, la fidelidad, la sinceridad,
así como la serenidad generen armonía en la relación durante el transcurrir del
tiempo.
Por
lo tanto, conseguir una verdadera amistad, viable de poder ser cultivada por la
afinidad que entre las personas se puedan dar, es un lujo en determinadas
etapas de la vida, sobre todo si ya se ha llegado a la madurez de la vida.
De
ser así, encontrar una nueva amistad que sea digna de conservar, por la que merezca la pena postergar y
reeducar la expresión de los rasgos temperamentales propios así como adaptar
los rasgos caracterológicos al ser individual que se tiene delante y por el que
se está invirtiendo tiempo, energía, cariño,
para entablar un vínculo aún más sólido, constituye una experiencia
enriquecedora en donde esta experiencia con aquel ser especial, sí que pasa a
constituirse en un auténtico tesoro.
María Isabel Gómez Castillo
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