martes, 24 de diciembre de 2013

UN 24 DE DICIEMBRE, DE LA VIDA HACIA LA VIDA ETERNA: VÍSPERAS DE NAVIDAD Y MI MADRE


De este día tan especial como el que celebramos hoy todos los que católicos y creyentes en la Navidad, deseo recoger el signo que en él también se representa como es la vida; un signo de alegría porque lleva consigo la esperanza, de luz, de amor como respuesta a un exquisito acto de amor.
Si Dios Padre nos ha amado siempre que ha permitido que hoy celebremos el nacimiento del Niño Jesús, también con su nacimiento, nos invita a creer y esperar con que llegado el momento dado, tras haber cumplido nuestro cometido en este mundo, y que, habiendo sido recogido por Él, aún tendremos vida: La Vida Eterna.
Este día, siempre será para mí un día especial no sólo por ser víspera de la Navidad, sino, sino porque, desde 1992 toma un sentido más profundo en mi vida en donde no sólo celebro con júbilo la llegada a este mundo, para quedarse siempre entre nosotros Jesús, el Hijo primogénito de Dios Padre, sino que también celebro la esperanza de de la Resurrección de los Muertos que también vida, signo de Vida Eterna.
En un día como hoy, un 24 de Diciembre del año 1992, al medio día como fruto de una parada cardiorespiratoria por secuelas que ya arrastraba su cuerpo fatigado por el dolor y cansado de la por diversas afecciones físicas que le había desarrollado como causa de la diabetes que la afectaba desde sus 16 años de vida, mi madre, doña Julia Isabel Castillo Puccio, conocida como Chabuca era recogida por su creador a quién ella tanto amó y suplicó para pasar con dignidad y alegría cada penumbra de su vida.
Era una mujer seductora por naturaleza, bella por dentro y por fuera cuya belleza eclipsaba y anulaba cualquier defecto caracterológico.
Recordada familiares que verdaderamente la estimaron y que sigue siendo un mito familiar, así como por amigos de la familia y vecinos por lo trabajadora que era, impetuosa, fuerte física y psicológicamente, creativa, dadivosa hasta con los desconocidos, estricta, querendona, supo mantener hasta el último momento de su vida en silencio del dolor que padecía. Casi ciega, sin que nadie intuyese ni siquiera que ya no era capaz de ver, hacía por sus hijos, hermanos, amigos y vecinos todo tipo de esfuerzo con tal de que a nadie, le faltase nada de lo que podía considerar indispensable.
Una mujer acogedora, risueña, de carcajada fuerte y abierta, intuitiva al punto de traspasar el alma de las personas para saber marcar las distancias correspondientes e incluso adelantarse a algunos acontecimientos, es así como la recuerdo ahora, porque es de esta manera como muchos que la conocieron así la recuerdan.
Mano bendita para lo cocina de exquisitos gustos y mujer de buen gusto, algo caprichosa y engreída por quienes ella deseaba dejarse querer, así era.
Hoy, para mí, es un día de alegría lejos de ser de nostalgia; porque en la fecha ya señalada, concluyó su agonía que la acechaba desde hacía décadas, y, aunque murió relativamente joven, alcanzó la sabiduría propia de una mujer que más que vivir la vida, la vida la vivió desde su corta infancia.
Es en esta fecha señalada, en doy gracias a Dios Padre por haberla recogido para que descansase por fin en paz. Ella solía decir que para dormir, ya lo haría para cuando le llegase la muerte. Pero si dormir eternamente es signo de esperanza de una vida mejor, entonces, bendito sea este día en que por primera vez creí en la auténtica vida por experiencia propia y que, recién sólo ahora, ya en mi madurez por las experiencias que la vida me ha concedido pasar puedo admitir y reconocer. 


Para ti mami, la rosa que nunca te pude dar en vida.
Descansa en paz. Te llevo en mi corazón.


Soy fruto de tu coraje y tesón. 
María Isabel Gómez Castillo

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