De
este día tan especial como el que celebramos hoy todos los que católicos y
creyentes en la Navidad, deseo recoger el signo que en él también se representa
como es la vida; un signo de alegría porque lleva consigo la esperanza, de luz,
de amor como respuesta a un exquisito acto de amor.
Si
Dios Padre nos ha amado siempre que ha permitido que hoy celebremos el
nacimiento del Niño Jesús, también con su nacimiento, nos invita a creer y
esperar con que llegado el momento dado, tras haber cumplido nuestro cometido
en este mundo, y que, habiendo sido recogido por Él, aún tendremos vida: La
Vida Eterna.
Este
día, siempre será para mí un día especial no sólo por ser víspera de la
Navidad, sino, sino porque, desde 1992 toma un sentido más profundo en mi vida
en donde no sólo celebro con júbilo la llegada a este mundo, para quedarse
siempre entre nosotros Jesús, el Hijo primogénito de Dios Padre, sino que
también celebro la esperanza de de la Resurrección de los Muertos que también
vida, signo de Vida Eterna.
En
un día como hoy, un 24 de Diciembre del año 1992, al medio día como fruto de
una parada cardiorespiratoria por secuelas que ya arrastraba su cuerpo fatigado
por el dolor y cansado de la por diversas afecciones físicas que le había
desarrollado como causa de la diabetes que la afectaba desde sus 16 años de
vida, mi madre, doña Julia Isabel Castillo Puccio, conocida como Chabuca era
recogida por su creador a quién ella tanto amó y suplicó para pasar con
dignidad y alegría cada penumbra de su vida.
Era
una mujer seductora por naturaleza, bella por dentro y por fuera cuya belleza eclipsaba
y anulaba cualquier defecto caracterológico.
Recordada
familiares que verdaderamente la estimaron y que sigue siendo un mito familiar,
así como por amigos de la familia y vecinos por lo trabajadora que era,
impetuosa, fuerte física y psicológicamente, creativa, dadivosa hasta con los
desconocidos, estricta, querendona, supo mantener hasta el último momento de su
vida en silencio del dolor que padecía. Casi ciega, sin que nadie intuyese ni
siquiera que ya no era capaz de ver, hacía por sus hijos, hermanos, amigos y
vecinos todo tipo de esfuerzo con tal de que a nadie, le faltase nada de lo que
podía considerar indispensable.
Una
mujer acogedora, risueña, de carcajada fuerte y abierta, intuitiva al punto de
traspasar el alma de las personas para saber marcar las distancias
correspondientes e incluso adelantarse a algunos acontecimientos, es así como
la recuerdo ahora, porque es de esta manera como muchos que la conocieron así
la recuerdan.
Mano
bendita para lo cocina de exquisitos gustos y mujer de buen gusto, algo
caprichosa y engreída por quienes ella deseaba dejarse querer, así era.
Hoy,
para mí, es un día de alegría lejos de ser de nostalgia; porque en la fecha ya
señalada, concluyó su agonía que la acechaba desde hacía décadas, y, aunque
murió relativamente joven, alcanzó la sabiduría propia de una mujer que más que
vivir la vida, la vida la vivió desde su corta infancia.
Es
en esta fecha señalada, en doy gracias a Dios Padre por haberla recogido para
que descansase por fin en paz. Ella solía decir que para dormir, ya lo haría
para cuando le llegase la muerte. Pero si dormir eternamente es signo de
esperanza de una vida mejor, entonces, bendito sea este día en que por primera
vez creí en la auténtica vida por experiencia propia y que, recién sólo ahora,
ya en mi madurez por las experiencias que la vida me ha concedido pasar puedo
admitir y reconocer.
Para
ti mami, la rosa que nunca te pude dar en vida.
Descansa
en paz. Te llevo en mi corazón.
Soy
fruto de tu coraje y tesón.
María
Isabel Gómez Castillo
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